En un mundo de cambios vertiginosos, competitivo y con tan alto niveles de exigencias con los resultados de las personas, ya nada es suficiente: ni el dinero devengado, ni las notas que se obtienen en el estudio, ni el tiempo, es como si ningún propósito logrado llevará al bienestar y tranquilidad en la vida. Un sentimiento de inconformismo absoluto prolifera en las masas, un inconformismo no solo con lo que se tiene y se logra, sino además con lo que se es; un ejemplo es el culto obsesivo al cuerpo al que muchos aspiran convertir en el ejemplo que canonisa la sociedad; el de un estandarizado adonis, macho estero- ideado con músculos perfectos y para las mujeres el de una ninfa, una sirena con las medidas más rigurosas e imposibles. De alguna manera aspirar a mejorar y obtener mejores resultados es positivo pero exacerbarse en tal idea es inadecuado y destructivo.
El inconformismo llevado al extremo genera una preocupación compulsiva y enfermiza por el placer desenfrenado y libertino, como si ese fuera la respuesta a la insatisfacción personal, y ha convertido las actitudes más bajas e indignantes para el ser humano en opciones de vida normales: normal consumir drogas, normal fumar, normal ser alcohólico, normal ser infiel, normal trabajar en la industria del sexo; lo que ha llevado a transformar todo en la vida, simplemente a una palabra, normalidad. Tal afirmación es principalmente respuesta de las juventudes de hoy que ante cualquier pregunta la contestación es “No, pues normal”, una contundente evidencia de un sin sentido ante la vida, una lamentable muestra de infelicidad, de afectividad plana, de incapacidad de juzgar y diferenciar entre lo oportuno e inoportuno de los caminos de la existencia.También le puede interesar Sin plata no es lo mismo
Ese estado crónico de
normalidad, de laxitud de criterio donde otorgarles calificativos de bueno o malo a las
estilos de vida, para muchos, son solo
prejuicios moralistas, intolerantes e irrespetuosos, de quienes si lo hacen, sobre la diversidad de gustos de cada ser y su
supuesto “libre desarrollo de la personalidad”. Enfatizo en supuesto porque tal
desarrollo no es tan libre como se piensa ya que está manipulada por intereses
de mafias e industrias legales que solo buscan el lucro a toda costa y sin
ningún escrúpulo.
A pesar de los
avances sorprendentes de la ciencia que
han ayudado mucho a la sociedad, hoy día contamos con más tecnología pero poco
se evidencia proporcionalmente con el mejoramiento de la sensación de
bienestar. Ni siquiera para quienes se
supone han obtenido el éxito porque son profesionales, tienen un buenos
empleos, conformaron una familia y gozan de salud; la plenitud los cobijara,
basta con echar un vistazo a los consultorios siquiátricos y de consejería con
agendas copadas con pacientes, basta ver los índices de suicidios de nuestras
ciudades y los índices de violencia intrafamiliar. Es como si la gran promesa
del conocimiento, aunque importante, no fuera suficiente para encontrar la
alegría y ese saborcito a la vida.
Este síndrome de
normalidad ha generado para los que se oponen a ella, el nacimiento de
movimientos o estrategias para re espiritualizar y liberar el mundo, como la nueva era, la
práctica del yoga y la meditación, el surgimiento de nuevas sectas, la supuesta
canalización de seres de luz, la masificación del esoterismo, nuevas filosofías
y tratamientos alternativos que al fin y al cabo se convierten en nuevos
productos comerciales.
Sin embargo es medular
la necesidad de volver a pensar sobre qué es y para que la vida. Para Ortega y Gasset en su obra ¿Qué
es filosofía? la vida es encontrarse en el mundo, y sí. Tal vez la tarea de
cada persona es encontrar su esencia más profunda y cultivarse de la manera más
sincera. Unos se encuentran en el arte o el deporte pero tomar tales caminos lleva al juzgamiento y la crítica negativa de
quienes no comprenden esos destinos porqué “de que vas a vivir”. Para Ortega y
Gasset el arte es una manifestación de una experiencia personal que sirve como
fuente de conocimiento para un colectivo
y es de urgencia para la sociedad. Para mí, la vida es una ida en el
tiempo a la que se le da forma, una ida sin sentido intrínseco pero que cada
quién que quiera vivirla intensamente debe dotarla de sentido y valor.
Es la normalidad un camino pavimentado. El síndrome de
normalidad está propagándose de manera preocupante que pareciera que la vida es
algo que simplemente hay que sufrir, algo tan normal que ya no importa. La
solución, vivir intensamente y con firmeza los propósitos para encontrar
inspiración y así pasar de vivir “normal” a vivir de una manera extraordinaria.
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