Lectores, profesionales, inquietos por el conocimiento, devoradores de libros y otros no tanto pero sí
coleccionistas de ellos; atiborran sus anaqueles de libros leídos y otros no
como un tótem decorativo de la intelectualidad y superioridad. Para estas
personas los libros se convierten en otro adorno más de la vivienda, un adorno que se empolvan y deterioran sin
ninguna justificación racional, más que por ego o la evocación de un buen
momento del pasado relacionado con ellos. Libros cerrados y no abiertos, ni leídos,
seguramente desde un gran lapso se convierte en basura inservible porque esos
materiales guardan información que es poco utilizada ¿Ese no es el fin del
libro, tener una utilidad sea de gran relevancia o solo recreativo? Sin embargo para su propietario la sola idea
de regalarlos a una persona o institución y permitir la circulación del
conocimiento en muchos casos es una idea
imposible, melancólica y poco deseable. Deshacerse
de estos objetos que acumulan polvo en la biblioteca es impensable porque hay
un apego, un sentimiento de posesión.
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