El
valor de amar
La
ciencia ha desacralizado el amor, la utopía del amor ha puesto los pies en la
tierra y en la razón como un fenómeno fisicoquímico y bioquímico derivado de las
hormonas, enzimas, neurotransmisores, aminoácidos, proteínas e incluso los
genes. Un fenómeno evolutivo que garantiza la supervivencia de la especie y que
genera cooperación entre los pares humanos.
El
amor romántico, el de toda la vida, el de vivieron felices para siempre, el
perpetuo; perfecto, constante, inquebrantable; ese amor ha muerto, lo hemos
matado, se ha acabado inexorablemente. El amor murió en el mismo momento en que
la estabilidad laboral se comenzó a desintegrar por la necesidad dinámica y fluctuante
de la globalización exigente de contratar y despedir fácilmente así mismo, y de
esa manera las relaciones amorosas nacen y mueren con la misma facilidad que se
rompe un contrato.
Murió
el amor en el momento en que se popularizaron los productos desechables y de
esa manera el amor se convirtió en eso, en un objeto que se utiliza y luego se
desecha pero cuando se necesita se compra de nuevo. Murió en el instante en que
la palabra dejó de valer, cuando los contratos y compromisos se pueden terminar
unilateralmente. Murió cuando la libertad se convirtió en hedonismo
tergiversado y en egoísmo al más alto nivel donde el centro del universo no es
ni el sol, Dios o el hombre sino el dinero.
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